Gabriela Aguirre Sánchez
Meto el pastel de calabaza al horno
y desde aquí
lo veo convertirse en otra cosa.
La ebullición,
el calor mezclado con ese otro calor
de lo que en otro lugar,
más adentro,
también hierve y se transforma:
doscientos grados centígrados
para transformar el dolor.
¿Qué hay que nos llama
entre esas paredes de acero?
Tal vez,
el fuego sabe nuestro nombre,
el dialecto que hablan
las mujeres que viven solas.
Qué hay en el interior del horno
donde mi madre deja la carne mezclarse
con el vino blanco y las almendras.
Qué, a pesar del vacío.
Qué.
Y como sea tengo la certeza
de una vida mejor y más amplia,
entre el polvo para hornear
y los fugaces acontecimientos de la cocina.
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